martes

A(guada)

Quiere mirarla a los ojos y decirle que no esta acostumbrado a conocer chicas como ella. Y también imagina respuestas posibles. Luego piensa que en realidad mirándola a los ojos se sentiría cautivado, inmóvil y en un vil proceso de tartamudeo. Quizás sea mejor evitar sus ojos. Pero las palabras toman otra importancia cuando se escupen directamente hacia los ojos, pensó abrumadoramente. Pues entonces la miraré directamente a los ojos, se dijo. Y pensó pensar ya en otra cosa. Luego entendió que debería elegir mejor las palabras –¿estará bien decir que no acostumbro conocer chicas como ella?- tal vez algo que exprese más este sentir que dejo latente aquella noche. Quizás otras palabras. ¿Pero cuáles? ¿Hablaría de su inteligencia? Demasiado formal, pensaba y lo descartaba ¿Alabaría su cabello? ¿Su perfume? Sería algo erotizante, demasiado para un comienzo, se dijo. Tendría que disimular entonces y dejar que las cosas se den por si solas. Se sintió convencido de su último pensamiento. Y por un momento sintió que el aire ingresaba fresco a sus pulmones, que se hinchaban dejando atrás los frunces.

En realidad no sabía si la volvería a ver. No sabía cual era su color favorito y que gusto de helado elegiría alguna tarde calurosa. Se daba cuenta que no sabia mucho de ella. Compartían algunos placeres. Compartimos cosas bellas e importantes pensó con puerilidad. Y de pronto entristeció. Una lágrima recorrió su nariz dejando un cosquilleo que no pudo evitar rascar y que al hacerlo corto súbitamente el torrente lagrimoso. Pero en realidad sentía algo extraño, bellamente inspirador. Supo entonces que se volverían a ver. Y entusiasta frente al espejo repitió: “No estoy acostumbrado a conocer chicas como vos”.

miércoles

GOBERNADLES

“En alguna estación venidera, en algún momento que sea dispuesto por los dioses; tú, hijo mío, deberéis gobernad estas bastas tierras. Deberéis contentad a tus senadores, a tus campesinos, a tus soldados y hasta a aquellos fuera de vuestro imperio. Seréis amado, odiado, idolatrado; seréis traicionado y amenazado. Sois mi hijo, gran heredero al trono; sois mi amor, ese que un padre siente por ser padre. Algún día llegaréis el momento en que sostengáis estos laureles, la pesada espada y la dura armadura. Comandarais legiones. Expandiréis el reino y decidiréis entre la vida y la muerte. Seréis lo más cercano a un dios entre los que estén a tu alrededor. Defenderéis y atacaréis. Capitanearais y gobernarais. Seréis todo para ellos y recordad hijo mío, mantenedlos contentos. Reforzad tu guardia personal, dadles comida y vestimenta, dadles un techo y un caballo. Mantenedlos amándote. Sonriendo. Tened mano dura con los insolentes y magnanimidad con los enemigos. Cuidad tus mujeres y tus niños. Pagad el doble a los soldados cuando puedas. Haced un inmenso circo, para entretenedles y un gran teatro donde solo triunfes. No tengáis miedo, podréis hacerlo. Sólo mantened cerca a tus senadores y felices a los plebeyos. Y gritarte al reflejo de tu rostro: ¡Ave César!”

lunes

A SÓLO UNA ESCALERA /1.

Era una casa antigua de pisos de madera dura y noble. Olía generalmente a almendra y su calor era intenso. La escalera era también de madera, fuerte; pero a simple vista daba una sensación de inseguridad, quizás era su inclinación. Con muebles de época y libros por doquier. Tenía un balcón amplio, que prácticamente no se usaba. Empezaba con un gran ventanal de vidrios divididos y terminaba en una verja de ornamentos coloniales. El segundo piso estaba alfombrado y él acostumbraba pasearse descalzo. Dejaba las pantuflas formadas al pie de la escalera; aunque el piso de madera no era frío, odiaba la sensación de las betas de los listones. Siempre tuvo la alucinación que vivía en dos tiempos, en dos épocas, en distintos espacios. Pero la soledad siempre vuelve loco a un hombre, se decía así mismo.
Colocó ambos pies firmemente, y salió de la cama. Caminó lentamente al cuarto de en frente y miró por la ventana hacia la calle, a través del amplio balcón. Le aburría la soledad de la ducha, la encendió y escucho el pintoresco golpetear de las gotas, eso lo divertía. Entonces bajo las escaleras y se puso las pantuflas. Miró la cocina, deseaba que el café estuviera preparado. Puso la pava en el fuego, sacó dos tazas y batió dos cafés con esmero. Volvió al cuarto y la beso con cariño, ella murmuro algo y él sonrió. Salió de la habitación y cruzó al baño, encendió la ducha y se regocijó con el sonido de las gotas. Regreso a la cocina, sirvió ambos cafés, se saco las pantuflas y subió las escaleras. La ducha duró casi media hora.

UN BANCO DE PLAZA O NO.

Ella pensaba sentada en un banco de plaza, pero que curiosamente no estaba en una plaza. Miraba las clavas de un clown, sin enfocarlas y sentía que la mareaban. No sabía que hacer. No le gustaba estar confundida. Supuso que tenía hambre y se levanto dispersa. Pensó que pensaba demasiado. Pensó que no quería que sea importante, quiso ser como la clava roja, y que alguien la arrojará bien alto y no tener que preocuparse por caer, sabía que alguien la agarraría. Maldijo a su inseguridad. Y sé dio cuenta que no tenia hambre y quiso volver al banco, pero estaba ocupado. Entonces fue hasta la plaza, allí si estaría acorde sentarse en un banco de plaza, pues el otro era un banco de calle que simulaba ser de plaza. Contuvo la respiración y vio al clown nuevamente, o quizás era otro. Y miró la clava roja, también tenía una clava roja. Atenta obsérvola volar tan alto, que emociono a sus ojos. Y la lágrima cayo cuando distraído el clown no pudo atraparla. Se partió a la mitad, y con un escalofrío ella se enjuago la lágrima y buscó algo que comer.

A SÓLO UNA ESCALERA.

Miró por la ventana aturdido, conmocionado. Supo entonces que llovía. Sentía el pintoresco golpetear de las gotas en las tejas esmaltadas. Y sonreía mirando la hoja navegar por la canaleta que empezaba a rebalsarse con la acreciente intensidad de la precipitación. Parpadeo y la hoja había desaparecido. Bajo furioso por las escaleras y tomo del perchero un paraguas viejo y lo sostuvo con fuerza. Abrió la puerta y se detuvo conmovido por el inmenso e intenso arco iris, que se abría paso entre unos árboles funestos. Caían las últimas gotas y el sol, que le daba directo en la cara, segaba sus pensamientos. Entonces cerró la puerta, dejo el paraguas y subió a mirar por la ventana. Ya no había arco iris, y se conformó con mirar la hoja navegar por la canaleta.