martes

A(guada)

Quiere mirarla a los ojos y decirle que no esta acostumbrado a conocer chicas como ella. Y también imagina respuestas posibles. Luego piensa que en realidad mirándola a los ojos se sentiría cautivado, inmóvil y en un vil proceso de tartamudeo. Quizás sea mejor evitar sus ojos. Pero las palabras toman otra importancia cuando se escupen directamente hacia los ojos, pensó abrumadoramente. Pues entonces la miraré directamente a los ojos, se dijo. Y pensó pensar ya en otra cosa. Luego entendió que debería elegir mejor las palabras –¿estará bien decir que no acostumbro conocer chicas como ella?- tal vez algo que exprese más este sentir que dejo latente aquella noche. Quizás otras palabras. ¿Pero cuáles? ¿Hablaría de su inteligencia? Demasiado formal, pensaba y lo descartaba ¿Alabaría su cabello? ¿Su perfume? Sería algo erotizante, demasiado para un comienzo, se dijo. Tendría que disimular entonces y dejar que las cosas se den por si solas. Se sintió convencido de su último pensamiento. Y por un momento sintió que el aire ingresaba fresco a sus pulmones, que se hinchaban dejando atrás los frunces.

En realidad no sabía si la volvería a ver. No sabía cual era su color favorito y que gusto de helado elegiría alguna tarde calurosa. Se daba cuenta que no sabia mucho de ella. Compartían algunos placeres. Compartimos cosas bellas e importantes pensó con puerilidad. Y de pronto entristeció. Una lágrima recorrió su nariz dejando un cosquilleo que no pudo evitar rascar y que al hacerlo corto súbitamente el torrente lagrimoso. Pero en realidad sentía algo extraño, bellamente inspirador. Supo entonces que se volverían a ver. Y entusiasta frente al espejo repitió: “No estoy acostumbrado a conocer chicas como vos”.

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